Un ser molesto, irritante e intimidante
- Franco Medina
- 29 abr 2023
- 12 Min. de lectura
Actualizado: 12 ago 2024

Por Mariano Quiroga, licenciado en Psicología M.P 370 y Franco Medina, periodista
Cuántos de nosotros (por no decir todos), estuvimos frente al televisor mirando como los que molestan a otros son los más cancheros, los líderes, los vivos y muchos estudiantes al ingresar al colegio sueñan ser como ellos. También cómo unas chicas con ciertas características físicas denominadas “populares”, sufrían burlas y maltratos por parte de las hegemónicas “divinas”.
Estos estándares impuestos por la televisión tienen una influencia directa en los adolescentes ya que los hace creer que al comportarse así, están haciendo “las cosas bien”. Los niños cuando llegan a la adolescencia se separan de sus padres para entrar en una nueva etapa, en la que experimentan cambios en relación a su cuerpo, a la sexualidad, a nivel químico cerebral, se ponen más rebeldes y con la influencia de esas películas, series o programas televisivos lo único que se logra es aumentar ese nivel de agresividad hacia los pares.
Las personas a cargo de niños/as o adolescentes no tienen que dejar que ellos pasen por estas situaciones de violencia porque pueden generar problemas en un futuro, pero a la vez tienen que entender que esto funciona así, con esto me refiero a que los adolescentes se van a poner rebeldes y agresivos por todos los cambios que conllevan, entonces hay que estar atentos como padres a distintas señales para poder hablar con ellos y ayudarlos.
Y no, el hostigamiento escolar no es algo por lo que las infancias deben pasar para “forjar su carácter” o porque son “cosas de chicos”.
El bullying o ‘acoso escolar’, es un tipo de conducta repetitiva, agresiva, sistematizada, intencionada y perjudicial que suele ocurrir en la etapa de la adolescencia escolar y en niños/as de primaria. Es una relación asimétrica donde un grupo de personas o una persona busca oprimir al otro de manera continuada, ya sea de forma verbal, física, psicológica o incluso con el aislamiento social, generando la destrucción de su autoestima.
Carla (nombre ficticio) empezó a sufrir bullying por parte de un compañero que en tercer grado se sentaba atrás de ella, le movía o pateaba la silla, le estiraba del pelo y le escupía bolitas de papel. En un principio no contaba lo que le sucedía por temor, por no saber cómo enfrentar la situación o simplemente por no entender el hecho de por qué la agredía. Pero el punto cúlmine fue un día de clases en el que el chico le golpeó tan fuerte la nuca que por el efecto rebote ella golpeó su cabeza contra la mesa. “En ese momento no entendí por qué lo hizo y por qué habiendo pasado eso frente a la docente ella no hizo nada al respecto, posteriormente y con dudas, me acerco a mencionarle la situación y ella me corre diciéndome que no pasó nada”, recuerda Carla.
¿Qué hiciste en ese momento?
Ese día le comente a mi mamá y a mis abuelos lo que me ocurrió, en ese momento vivíamos con ellos, mi mamá me dijo que hablaría con la docente y mi abuelo (persona que padece bipolaridad) como consejo que podía brindarme desde su lugar me dijo que lleve un mazo y que lo colocara en mi mesa, supongo que como algún signo de autoridad. Ciertamente en mis 7 años, lo llevé pero no lo coloque porque sabía que eso no iba a traer nada bueno.
Ese mazo fue encontrado por compañeras que al parecer hurgaban en mi mochila, le comentaron a la docente, ella me llamó la atención y citó a mis padres, obviamente mi mamá dijo que cómo podía dejar que me maltraten físicamente, dejar que revisen en mis cosas y que yo sea el foco de atención.
Después de esta situación, desde la escuela pidieron un examen psicodiagnóstico de Carla, pasó por ese proceso y dio como resultado que era una persona retraída, tímida y que le costaba adaptarse al ritmo educativo que tenía el colegio, pero si tenía más ayuda de la docente iba lograr encaminarse al mismo nivel que los demás. Dentro del diagnóstico, no se mencionaba que ella sea una persona problemática, conflictiva o algún tipo de esas etiquetas.
¿Con ese resultado que les dijeron desde la escuela?
Con eso en mano se reclamó dónde estaba el examen del chico que reiteradas veces y de forma constante me golpeaba en clases al frente de la docente. Todo esto llevó a una situación de conflicto, ya que fue a hablar la madre del chico que ejercía bullying conmigo y él salió impune de esa situación, siendo yo la única afectada. Después de esto y esperando terminar ese ciclo me cambiaron a otra escuela.
¿Ahí cambió la situación?
En principio todo fue bastante bien, si bien tuve complicaciones al ingresar a una nueva escuela y en una nueva aula donde todos venían cursando desde jardín, allí logré integrarme más que nada con los estudiantes que eran nuevos como yo o que hace poco se habían cambiado a la escuela. Esta situación pronto se volvió difícil ya que había una diferencia marcada en aquellos que les costaba tomar el ritmo de las clases (generalmente los nuevos, en el que ingresaba yo también) frenta a los que ya tenían el ritmo de clases y que tenían buenas notas.
Esto la comencé a sentir en los reconocimientos, donde a aquellos que nos costaba éramos públicamente evidenciados como “lentos”, “burros”, “vagos”, y aquellos que lograban cumplir con lo requerido como con las notas, eran los “prodigios”, “ejemplos” y “distinguidos” que lograrían ser “alguien” en la vida, a diferencia del resto. Estos últimos, al ser tan elogiados, se tomaban ciertos atributos de burlarse del resto, tomando esas palabras dichas por los docentes y replicándose en bromas, gestos o el simple hecho de ser indiferentes.
¿En la secundaria estas actitudes siguieron con el tiempo o a medida que crecían cambiaron?
Poco a poco las notas o la “lentitud” ya no fueron un problema, sino que así como yo pude transformarme, ellos también lo hicieron, y pasaron de ser burlas por lo académico a ser por el aspecto físico. En sexto grado y primer año del secundario, las burlas eran sobre mi cabello enrulado y esponjado, sobre como me peinaba, el largo de mi uniforme, mi vello corporal (porque sí, yo tenía vellos en mis piernas, que se supone era algo normal para alguien con 10 o 11 años), sobre mi estatura y si estaba gorda, entre otros aspectos que si siguiera no terminaría más.
Después al ingresar a la secundaria pasé de tener notas “mediocres” a notas “distinguidas” o “excepcionales”, dejando de ser “nada” a ser “algo”, obviamente eso no lo logré con magia o deseos, fue con un arduo estudio constante y unas exigencias enormes ciertamente impuestas desde el ámbito educativo, que posteriormente las tomé y me las autoimpuse.
Durante toda esa etapa fueron cambiando las burlas y los estigmas, e increíblemente dejaron de ser las burlas por mi cuerpo para profundizar el hostigamiento con lo intelectual nuevamente, ya no por ser “burra”, “lenta” o “vaga” sino por “come libros”, “una creída” y “antipática”, entre otras etiquetas.
Me hubiera gustado decir que quedaba en eso, pero no, me costó mucho salir de ese lugar que me habían colocado, el de ser “nadie”, y desde ahí la autoexigencia no hizo más que aumentar, a un punto en donde mi locus de control interno (mi conciencia digámosle) me hacía sentir una fracasada, una idiota o una inútil si sacaba una nota menor a 8, 9, 10.
"Ese lugar en el que estaba si bien me hacía sentir cierto un monto de satisfacción, o más bien, de superación se volvió algo estructurado, rígido y pesado, que bueno, hicieron que me rigiera en ser inflexible sobre las normas, reglas, etc. Por ello me costaba ser una adolescente 'normal'".
Además de lo ya mencionado por Carla, otra forma de hostigamiento de sus compañeros era pedirle sus tareas hechas y carpetas completas para copiarse. Los maestros no ajenos a la situación, hacían que ella les preste todo a los alumnos que no trabajaron o faltaron.
Podías negarte a lo que te decían los profesores o te iba a generar un problema mayor?
Después de las primeras veces, empecé a negarme y a exigir respeto por aquello que consideraba valioso, que era mi tiempo y mi dedicación, pero ahí empeoró la situación porque empezaron las amenazas de robarme mis cosas, a golpearme a la salida, inclusive llegó a transgredir el hecho de que los vieran amagando como si iban a pegarme estando en la aula. También querían arrinconarme en los recreos, situaciones que se lo exponía a los docentes, a algunos preceptores y directivos que minimizaron la situación (sí, nuevamente). En este punto era tal la impotencia, que no era sólo por las tareas o la carpeta, también era por todo aquello que yo me negaba a hacer (ratearme de la escuela/colegio o faltar todos porque sí, vandalizar las aulas, consumir alcohol o drogas durante las clases, etc).
¿Esos acosos pasaron solo en el ámbito educativo o se extendieron a otros lugares también?
Pasaron en ámbitos educativos, sea primario, secundario y universitario. Realice varias actividades como natación, artes marciales, ejecución del violín, canto, danza, dibujo, gastronomía, estudio de otros idiomas y en ninguno de esos ámbitos me trataron mal, al contrario, siempre fui bien recibida y había cierto sentimiento como pensamiento de unión y ayuda al prójimo.
Las artes marciales que si bien en su momento las empecé a practicar como una actividad tanto de disciplina como de entrenamiento físico, luego de las amenazas o gestos de llegar a ser golpeada se tornaron como una herramienta o un recurso de defensa “en caso que ocurriera algo”.
Todos estos lugares siempre fueron espacios seguros, en donde habían personas de mi misma edad o mayores a mi y que siempre me trataron con mucho respeto y cariño, creo que tiene que ver con la diferencia de objetivos o perspectivas, por ahí en las actividades extracurriculares se persigue un mismo punto desde enfoques distintos, pero hay algo de similar en ellos. Sin embargo, en la escuela/colegio el objetivo o perspectiva pueden ser muy distintos, algunos quieren estudiar, otros están obligados y así. Desde mi subjetividad lo veo así.
¿En esos momentos pudiste pedir ayuda o hablar con alguien cercano acerca de lo que estabas pasando?
Sí, siempre tuve el apoyo de mi familia, particularmente de mi mamá y parte de mi papá, ellos eran los que estaban atrás mío mayormente, además de mis amigos de la escuela con los que frecuentaba. También los compañeros con los que hacía las actividades de ejercicio, artes (canto, ejecución del violín, danza, dibujo), gastronomía e idiomas, que muchas veces llegaba a los lugares y sin saber por lo que estaba pasando me hacían reír, charlar y pasar un buen momento, en síntesis.
Estas actividades eran como un refugio frente al bullying…
Principalmente el estudio, que lo tome como mi “escudo” y el resto de las actividades que hacía como mi “espada”. Era la forma en la que podía salir o huir de lo que me pasaba, a parte de recurrir a videojuegos, animes, indagar e investigar sobre otras culturas, principalmente las asiáticas. También pensé en hacer terapia, pero venía de malas experiencias con profesionales, sentía que en lugar de ayudarme agravaban más la situación que estaba pasando.
¿Después pudiste empezar?
Empecé recién a los 18 años, por recomendación de los docentes cuando arranqué a cursar la carrera de Psicología, y que gracias a esa intervención o anclaje hasta el día de hoy sigo yendo a terapia, ya no por esas situaciones sino por otras que tienen que ver más con la autorrealización personal y el bienestar. Eso cambió muchísimo a lo que en su momento me encontré siendo adolescente, hoy considero que hay una mirada más humanitaria y que se puede trabajar o abordar más estas temáticas como el bullying, sacando el estigma de enfermedad referente a la salud mental.
¿Todo lo que viviste te generó consecuencias físicas o psicológicas?
Diría que me afectó en diferentes niveles, a nivel fisiológico y mental por todo el estrés, la ansiedad y el miedo de sentir que algo te puede pasar en cualquier momento y tenés que estar preparado para protegerte. Sumado a las exigencias educativas y autoimpuestas que tenía, me llevaban a tener una tolerancia muy baja al error que iba acompañado con pensamientos negativos hacia mi persona, insultos, hábitos insalubres (trasnochar, no comer bien, morderme las uñas, sacarme las cutículas, morderme o quitarme la piel de los labios).
La semana iniciaba y ya quería que se acabe, que sea fin de semana, para no encontrarme con esas personas, esas situaciones y esos sentimientos no son algo agradable y más por el hecho que se ve como algo acumulativo, que se agranda en vez de achicarse sintiendo malestar en general.
También a nivel psicoafectivo me generó una baja autoestima, inseguridades, odio desmedido, impotencia, tristeza, todo eso era manifestado como una montaña rusa interna sin frenos y sin cinturón de seguridad. En cuanto a lo social, de por sí siempre tuve una forma de ser muy tímida y que me costaba relacionarme con los demás, pero estas situaciones me llevaron a cerrarme más, a ser muy selectiva con las personas que me relacionaba y tener poca o nula confianza en los demás.
¿Cuánto tiempo pasó aproximadamente desde que empezaron a pasar estas situaciones hasta que lo tomaron como un caso de bullying?
Y puede decirse que nunca, desde que empecé a sufrir bullying hasta el día de hoy lo que pasé nunca fue tomado como bullying, así que serían 17 años que nadie reconoció esa situación a nivel institucional, si a nivel personal pude determinar que me hacían bullying en sexto grado (10 años), que gracias al acompañamiento de mi familia y algunos profesionales (una pediatra, una psicopedagoga y algunos docentes) pude saber que lo que pasaba era bullying y que gran parte de esas situaciones no eran mi culpa, ya que en esos momentos pensaba que los demás me hacían eso por algo que yo les había hecho y no llegaba a entender qué, cuándo o cómo lo había hecho.
¿Cómo saliste de todos estos hostigamientos?
Salí a través del apoyo y la contención de familiares, de algunos profesionales, amigos e intentando tomar esas situaciones y transformarlas o buscar que todas esas palabras, etiquetas y emociones tengan un corte sano, renovador y transformador. También me ayudó como mencioné recién, el realizar otras actividades por fuera de lo educativo “formal”, canalizar esas frustraciones, esos sentimientos negativos y esos pensamientos autodestructivos en música, en comida, en elongación, en un dibujo, en un aprendizaje.
Algo que me hubiera servido es haber tomado la decisión de ir a terapia en el momento en que empezó mayormente el malestar con estas situaciones, creo que podría haber sido diferente y tener un apoyo más que me posibilitara a hablar con una mayor firmeza, a partir de allí podría haber desarrollado otras herramientas o darme cuenta que tenía más herramientas de las que sentía en ese momento.
Desde tu vivencia, ¿por qué crees que si bien en la sociedad se habla más de bullying, todavía hay muchísimos casos?
Considero que parte de que el bullying se mantenga es que hay invalidación sistemática, donde empieza con los docentes que minimizan el hecho, hasta los directivos que no toman medidas respecto a la violencia no sólo ejercida en la institución, sino que probablemente exista en las casas. Los padres de la persona que hace bullying que no aceptan la situación o que directamente no registran lo que hace y deja de hacer su hijo/a, y también la poca capacitación que hay sobre esta temática. Son diferentes variables que llevan a una misma problemática donde si bien hay una situación clave, es decir, el hecho del bullying, este acarrea muchísima violencia, irresponsabilidad y falta de límites atrás.
De acuerdo a esto que mencionas, ¿Qué deben mejorar los colegios y los docentes para que no ocurran más casos de bullying o para que al menos disminuyan?
Primero que nada habilitar la escucha, es algo sumamente importante, pero no oír solamente lo que dice el estudiante, realmente escuchar, detenerse un momento a entender lo que transmite tanto la persona que fue víctima como la que victimiza, porque la violencia, los abusos y el acoso no son cuestiones superficiales, es algo de larga data, que tiene una raíz muy profunda en lo social y lo cultural. Si bien los colegios y los docentes son los que se encuentran con estos casos, como comunidad no debemos ser parte de esa raíz de violencia, debemos preocuparnos y ocuparnos porque no es una temática de pocos sino de todos.
En segundo lugar, indagar la posibilidad de una capacitación sobre la temática, porque es algo que al estudiar para docente o para ser profesor no se enseña a encarar estas situaciones y muchos se encuentran sobrepasados, porque lo normativo o lo general muchas veces no se adecua a lo particular, por lo que sería interesante seguir capacitándose y aprendiendo, adecuándose, o por lo menos intentando, a lo cambiante que es la actualidad hoy en día.
¿Qué te gustaría decirles a las personas que están pasando por una situación similar a la que vos sufriste?
Les diría que hablen, que callarse no es la solución, alguien en algún momento los va a escuchar, pidan ayuda, no están solos aunque muchas veces se sientan así, y que no dejen que esta problemática los consuman, ni bien logren detectar eso acudan a sus tutores, personas de confianza, personal de salud mental o quién tengan en disposición. Por sobre todo, nada de eso es su culpa, son situaciones desafortunadas efectuadas por personas desafortunadas, todo lo que estas personas expresen o hagan les pertenece a ellas, lo único que es nuestro es la forma en que sentimos, pensamos y actuamos, y por lo tanto, intentemos cada día ser un poco más amables con nosotros mismos.
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