Por Franco Medina
Todas las personas, sentadas en el pupitre o en nuestras casas mirando las hojas con resignación, alguna vez nos preguntamos “¿para qué carajo estoy estudiando esto?''. Estoy seguro que la respuesta que recibimos fue “esto te va servir para cuando seas grande y trabajes”. ¿A cuántos motivó esta frase?, ¿A cuántos nos preguntaron qué nos interesa aprender o como puedo hacer para que este tema te interese?.
La educación siempre tomó como referencia las necesidades de la sociedad. A partir de la Revolución Industrial el objetivo de las escuelas era formar jóvenes para que hiciesen lo que se les mandaba, que produzcan y consuman. El o la profesor/a era la autoridad máxima y debía disciplinar a la mayor cantidad de estudiantes dentro de un aula, en silencio, con la cabeza derecha y sin poder preguntar un “¿Por qué?”, para que memoricen conocimientos que después los iban a usar en su carrera profesional.
Pasaron un par de años y en la actualidad, que algunos llaman la cuarta revolución industrial, muchas de estas prácticas siguen, por supuesto con ciertos matices y mejoras, pero de igual manera, para académicos, especialistas e incluso jóvenes, estas formas de enseñanzas quedaron viejas y no motivan a aprender o en estos tiempos no te preparan para el futuro, reclaman cambios en la educación. Centrándonos en los y las adolescentes, los primeros comentarios que reciben cuando no se comportan como indica la “educación tradicional” o no estudian son: “Están perdidos”, “No se interesan por nada”, “No tienen visión de futuro”. Estereotipos impuestos por adultos que con una mirada desde arriba y muchas veces a los gritos en tv o en un café parecen olvidar que alguna vez ellos estuvieron en ese lugar. ¿Quién tiene la razón?, ¿Se necesita una nueva escuela en el siglo XXI y en una Argentina marcada por la desigualdad?, ¿Se pueden hacer cambios sin entrar en una grieta de “todo lo pasado es malo” y “la tecnología es el enemigo de la escuela”?, ¿Se puede escuchar y dar más participación a los y las adolescentes? ¿O la nueva generación ya está perdida?
Para sacarme todas estas dudas me comuniqué con Natalia Rosón, que además de haber sido docente y directora, es Coordinadora pedagógica de la Fundación Varkey, ONG que promueve el liderazgo educativo como pieza fundamental para transformar la realidad. Natalia explica que actualmente estamos en un momento de transición y de grandes cambios, en el que nadie sabe realmente hacia dónde van esos cambios y como adultos muchas veces cuesta encontrar la manera de entrar en sintonía con los jóvenes. Además, agrega que siempre hubo cierta tensión entre las diferentes generaciones y que la juventud es una etapa de la vida en que todos necesitamos diferenciarnos de los adultos, conformar nuestra propia identidad y pensar en el proyecto de vida que queremos. Lo que no significa que la juventud esté perdida.
“Hoy, 1 de cada 4 jóvenes de entre 18 y 23 años en nuestro país, no estudia ni trabaja. ¿Podemos responsabilizarlos a ellos por esta situación?”
“Yo creo que el verdadero desafío es acercarnos a los jóvenes para comprenderlos desde sus necesidades, sus intereses más profundos, acompañarlos a encontrar aquello que los mueve, los impulsa, los potencia. Deberíamos preguntarnos, como adultos y como sociedad: ¿estamos teniendo verdaderamente una actitud de apertura y de confianza hacia ellos? ¿Qué modelos de adultos tienen frente a ellos? ¿Qué les estamos ofreciendo nosotros para que ellos puedan desplegar todo su potencial y desarrollar al máximo todas sus capacidades?”
Educación pública y Educación privada
Un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA), de la Universidad de Belgrano, señaló que entre 848.303 alumnos de todos el país que comenzaron el colegio secundario en 2014, solo 366.137 (43,2%), pudieron finalizar en tiempo y forma en 2019. Si se tiene en cuenta las escuelas privadas y públicas, en el periodo analizado, en las privadas se graduaron el 63,8% de los alumnos, mientras que en las estatales el 36,1%. Para muchos especialistas, estos datos no quieren decir que si o si una tenga mejor gestión que otra, sino que influye el perfil de alumno que asiste a cada establecimiento.
En concordancia con esto, Natalia agrega que distintas investigaciones e informes más recientes, como el del Observatorio de Argentinos por la Educación, muestran que 16 de cada 100 alumnos que inician la escuela primaria, finalizan la escuela secundaria en tiempo y forma. “En este escenario de gran desigualdad, en realidad lo que tiene más peso son las diferencias de cuna, más que las basadas en el mérito. Es decir, que los estudiantes nacidos en familias con mayores ingresos económicos, mayor acceso a bienes culturales y cuyas madres tienen estudios superiores, logran trayectorias a término”.
En las últimas décadas la calidad de la educación pública en nuestro país bajó considerablemente. Las políticas educativas han fomentado mayor desigualdad y la exclusión de los grupos más vulnerados. Respecto a esto, la entrevistada explica que no hay una única forma de reintegrar a un o una adolescente que queda fuera del sistema educativo, sino que las estrategias para hacerlo deberían estar bien contextualizadas. “Si no conocemos el ámbito de cada estudiante, las características de su hogar, de su familia, de sus vínculos y de los medios con los que cuenta o de los que carece, es muy difícil acompañarlos, y más aún, reintegrarlos al sistema. Hay estrategias diversas y muy variadas que vienen dando resultado, implementadas por escuelas y también por OSFL (Organizaciones sin fines de lucro) a través de diferentes programas. Algunas de ellas lo han logrado a través del deporte, por ejemplo”.
¿Es necesaria una reforma educativa en el país?
Si realmente queremos que en nuestro país estén todos incluidos y con acceso a una educación de calidad, lo primero y más importante, es que haya decisión política para que ello suceda.
Hay países de la región que han logrado ciertos acuerdos básicos y, a pesar del cambio de las gestiones, la política educativa mantiene ciertos lineamientos que van más allá de los colores partidarios.
Creo que aún no hay conciencia real sobre las consecuencias de que la educación no sea una prioridad para la política. Mientras no haya un acuerdo social y político sobre lo que queremos como país, y para el futuro de nuestro país y que ese futuro depende de la calidad de la educación que brindamos a los estudiantes, no lograremos un cambio real y sostenido. Cuando las personas acceden a una educación de calidad, pueden escapar del ciclo de la pobreza. También contribuye a reducir las desigualdades, al mismo tiempo que empodera a las personas para que lleven una vida saludable y sostenible y es fundamental, también, para fomentar la tolerancia y crear sociedades más pacíficas. La educación es la verdadera solución a los problemas que tenemos hoy como país y a los que vendrán en el futuro.
¿Qué rol juega la tecnología en este cambio?
Tiene un rol fundamental, porque ya son partes de nuestro día a día, están integrada en todo lo que hacemos y no podemos desconocer esto. El gran desafío es integrar estas tecnologías a la gestión del sistema educativo argentino. Además de incorporarla a la enseñanza y el aprendizaje, necesitamos que haya un sistema nacional de gestión de información, donde se pueda saber de manera exacta la cantidad de escuelas que hay, la cantidad de docentes, la matrícula por escuela, indicadores de repitencia, deserción, etc.
¿Se puede plantear una educación escolar más centrada en habilidades sociales, que en un enfoque con materias casi puramente memorísticas?
Hoy en día lo más adecuado es hablar de desarrollo de competencias o de capacidades. No podemos trabajar con otros si no tenemos empatía, si no nos comunicamos de manera asertiva, si no gestionamos nuestras emociones.
Por otra parte, los contenidos se vuelven imprescindibles como medio para el desarrollo de esas capacidades. No podemos desarrollar capacidades sin un contenido, pero el contenido ya no es el fin, como lo era antes. Hasta hace unos años, que un estudiante tuviera un cuaderno o una carpeta con muchas hojas escritas, era símbolo de que “había aprendido mucho”. En realidad sabemos que eso muestra la cantidad de tiempo que ese alumno estuvo sentado escribiendo, lo que no necesariamente garantiza que haya tenido aprendizajes profundos y significativos.
¿Cómo pueden hacer los y las docentes para, por ejemplo, potenciar la creatividad, el razonamiento lógico o explicar con contenidos más dinámicos?
Trayendo la vida real al aula, “desescolarizando” los contenidos. Pensando propuestas de enseñanza donde se desarrollen las diferentes capacidades. En ese sentido, por ejemplo, el ABP (Aprendizaje Basado en Proyecto) es una metodología que pone al alumno como centro del aprendizaje y favorece todo ello. Con una pregunta impulsora que propone el docente, se trabaja de manera colaborativa e interdisciplinariamente, a partir de los intereses de los estudiantes, lo que hace que se involucren mucho más en sus aprendizajes, despertando su interés y curiosidad por seguir aprendiendo, motivándolos a encontrarle sentido a lo que aprenden.
¿Cuánto puede ayudar esto a los y las jóvenes que están fuera del sistema escolar?
Si desarrollamos sus capacidades, todo lo que aprendan en la escuela le servirá a nivel personal y a futuro, en el ámbito donde se desenvuelvan: en lo laboral, lo profesional, etc. Si potenciamos esos aprendizajes los jóvenes estarán más preparados para afrontar la vida adulta, sea donde sea. Lo que no podemos naturalizar es que haya jóvenes que están por fuera del sistema educativo.
En los últimos años en las redes sociales y en internet, hay exceso de información y mucho de eso es falso. ¿Cómo pueden enseñar las escuelas y los/las docentes el pensamiento crítico? Entre otros aprendizajes, para identificar este tipo de informaciones.
El pensamiento crítico es una de las capacidades que la escuela debe desarrollar y potenciar desde las propuestas de enseñanza. Esto se puede hacer desde los primeros años: cuando les pedimos a los chicos que argumenten o que fundamenten una decisión que tomaron o tomarían frente a una situación particular, también cuando tienen que analizar variables para tomar una decisión. Es una forma de entrenarlos para que tomen un rol activo y crítico frente a toda la información que se les presenta, más allá de cuál sea el medio: radio, TV, internet o un libro de texto.
¿De qué manera se pueden capacitar los y las docentes para poder generar estos nuevos aprendizajes?
Los docentes necesitan seguir formándose de manera continua para estar a la altura de lo que todos nuestros estudiantes merecen y necesitan. La pandemia nos abrió los ojos sobre las grandes posibilidades que nos trae la virtualidad.
Desde Fundación Varkey en el año 2020 lanzamos Comunidad Atenea, que es una red social para docentes, abierta y gratuita, desde donde ofrecemos permanentemente experiencias de formación con diferentes formatos. Ya hay más de 16 mil docentes latinoamericanos que intercambian experiencias, buenas prácticas, aprenden junto a sus pares en un entorno de confianza, que da lugar al ensayo y al error, a la experimentación.
Estos cambios de paradigmas en las enseñanzas no es algo que recién se empezó a pedir hace 4, 5 o 10 años. Olga Cossettini, una maestra y pedagoga argentina, junto a su hermana, Leticia, en 1935 además de promover una educación inclusiva, equitativa e igualitaria, planteaban una idea innovadora para la época, en la que consideraba a los y las niños/as protagonistas de sus aprendizajes, no sólo como destinatarios. El y la estudiante eran el centro de la práctica pedagógica y, como tal, debía estudiarse todos los aspectos de su personalidad, en el que también ponían en práctica la solidaridad. A su vez, a los y las docentes no solo los veían como un transmisor de conocimientos, sino también como aquel/aquella que ayudaba al estudiante a desarrollar sus capacidades.
Actualmente algunos/as docentes, pedagogos/as y especialistas utilizan la iniciativa que plantearon las hermanas Cossettini. Para Natalia Rosón, el cambio ya se está dando: “Afortunadamente, en muchas aulas y en muchas escuelas de nuestro país hay docentes y directivos que son verdaderos líderes en este cambio, que se siguen formando, apostando a su desarrollo profesional y ponen su cabeza y su corazón a disposición de que todos sus estudiantes tengan la educación de calidad que se merecen. Como dice el pedagogo canadiense Michael Fullan: "La tarea en educación es emocionalmente apasionante, profundamente ética e intelectualmente exigente, cuya complejidad solamente es vivida por quienes solemos poner el cuerpo y el alma."
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Dejar la enseñanza enciclopédica de lado y trabajar sobre las aptitudes innatas de cada individuo. Ahí está la verdadera EDUCACIÓN.